
Mayo, el mes de las flores, el mes de María, el mes de las comuniones. Comuniones, niñas vestidas de blanco que parecen mini-novias. Niños vestidos de traje o de marinerito seriecitos y formaletes. Todos van hacia el altar, con los nervios encendidos, con el rostro iluminado, convencidos, de que algo maravilloso va a pasar. Llega el momento, comulgan por primera vez, reciben a Cristo en su interior, ¿que pasaran por sus cabecitas?, ¿que estarán pensando?, ¿en el sacramento cumplido, o en lo bien que se lo van a pasar una vez acabada la misa? ... Salen de la iglesia y cada uno se va a su banquete. Fotos, regalos, alegría.. todo flota en una burbuja multicolor.
Hoy me había propuesto hablar de las diferencias de las comuniones de antes y de ahora. De como se han multiplicado los medios en las iglesias a la hora de coger todas las instantáneas del niño leyendo, comulgando, entrando, saliendo, quien sabe, hasta bostezando. De como de una fiesta familiar se ha pasado a invitar a to quisqui como si fuera una boda. De como se han multiplicado los regalos, regalos y regalos hasta la saciedad. Más, la ilusión de los niños, sigue siendo la misma, pues los niños, siguen siendo niños.
Yo recuerdo de mi comunión, que fue un once de Mayo a las doce de la mañana. Lo recuerdo como un día especial desde que me levante. Lleno de nervios cuando tuve que leer la petición, que sabia practicamente de memoria, lleno de emoción cuando comulge, lleno de buenos acontecimientos cuando aquella noche cansada me dormí placidamente.
Mis únicos regalos fueron una esclava de plata, un reloj, una muñeca "Nancy" y un muñeco "Lucas". Al banquete, celebrado en el jardín de casa, acudió la familia, y yo, que era la que celebraba su comunión, invite a mis mejores amigos por aquella época. Entre mi madre y mi padre hicieron todos los preparativos de comida, bebida etc. El único recordatorio que di, fue la foto de estudio, por cierto, que es la única foto que tengo de tal evento. No tuve "paparachis" en misa ni fuera de ella.
Después de tantos años, aun recuerdo mi primera confesión, el viernes antes del gran día. Mis desvelos por no cometer ninguna imprudencia que pudiera enturbiar el momento tan esperado. Hoy sonrió al recordar la inocencia con la que vas al altar. Con los años, comprendes que el pecado y confesarse es algo mucho mas amplio que decir los pecadillos que de pequeña me atormentaban. Es una charla, es una profunda reflexión hacia el interior, y un mirar mas despejado hacia el futuro. Mas, una cosa no ha cambiado en mi, cuando voy a comulgar, aun siento ese nervio y ese cosquilleo de la primera vez.